Cuántas veces hemos visto florecer la hierba,
cuántas veces me has desnudado
mientras tu sonrisa
me acaricia.
Hoy estamos de nuevo aquí
sobre la cama,
y la música nos envuelve,
y no queda más aire entre nosotros,
y nuestras manos se enlazan,
y se confunden,
y nos confundimos.
Me he vuelto a tí para mirarme en tu rostro;
desde tu cuerpo me llega la luz,
y me dibuja,
y nos dibuja,
y hace distintos nuestros contornos.
Estás tan cerca cuando te miro
que no veo dónde acaba tu imágen;
tal vez mis huesos levanten tu esqueleto,
tal vez tu pulso corra por mis venas.
Tu piel me queda grande.
me cae a tira desde los hombros,
pero es hermoso sentir
cómo respiras en mis pulmones.
Somos uno, quizá no más que eso,
quizá no hemos sido nunca más que eso.
Hablas, y en tus labios me sorprende mi voz,
me es ajena:
mis palabras suenan distintas en tu boca.
No digas nada, calla lo que sientes,
deja que adivine.
Sí, ahora vas a decirme que me amas,
y yo no quiero oírlo, no quiero saberlo,
no necesito saberlo.
Es tu sudor quién me lo grita.
Tu esfuerzo por dar a mis poros tu propia escencia.
Y te amo,
y me amas,
y nos amamos.
Hemos vuelto a dejar el corazón
latiendo al mismo ritmo;
míranos, va a saltársenos del pecho,
va a estallar,
va a inundar las sábanas.
La sangre me cubre ya la cara,
me salpica los dientes,
acude a mi lengua
y yo la bebo.
Qué fácil es sentirse vivo,
qué fácil acabar muriendo,
abandonarse,
dejar que las fuerzas se escapen poco a poco.
Y esa cálida emoción,
ese mirarte,
ese no haber visto nunca
un amanecer parecido,
y saber que el sol
no es más que una bombilla de 60 watios,
y preguntarse qué diablos importa
que todo no sea perfecto.
Escucha,
me estoy diluyendo entre tus brazos,
y ya sólo queda húmedo
un rumor de amapolas...
